Muy cerca de aquí existe un lugar en el que se entretejen la realidad y la leyenda. Un lugar en el que el viento se mezcla con las ramas de las palmeras y silba entre las piedras viejas para contar con voz suave historias reales teñidas de magia.

Hasta allí llegaron las velas desplegadas de los griegos del otro extremo del mar. De allí salieron los toros de fuego que pusieron fin al sueño del cartaginés Amilkar. Por allí resonó el paso recio de los legionarios de Roma.

Y justo cuando aquello no era más que el poso de un recuerdo muy lejano, alguien dio los golpes de azada justos para que todo volviese a empezar.

Hacía calor de agosto cuando aquellos golpes se transformaron en una puerta al pasado. Se deshacía la tierra y asomaba el rostro de piedra de una mujer que, desde ese instante, se convertiría en el símbolo de una ciudad a través del tiempo.

Con aquellla imagen volvieron los mercaderes, los agricultores, los pescadores, los griegos chillones, los íberos sobrios, los romanos forrados de hierro. Volvieron los filósofos, los pedagogos, los recaudadores de impuestos, los truhanes, los pastores, los sacerdotes de Juno y los comediantes.

Están allí. Su esencia permanece en la argamasa de los muros derruidos, se aferra al tronco de las palmeras y los granados e impregna el aire. 

Tanto que hay quien asegura que basta con prestar un poco de atención para escuchar el tallado de la roca, el silbido de la fragua y hasta el canto de sátiros y ménades.

Con aquella imagen de agosto, las ruinas muertas cobraron vida y volvieron a ser la Ciudad, la ceca donde los romanos acuñaban moneda y donde los veteranos de la V legión iban a establecerse, a cultivar la tierra. Volvió a abrirse el Foro y volvieron a escucharse los versos de Cátulo, las comedias de Aristófanes y las tragedias de Séneca. En suma, volvió a vivir.

Está ahí, muy cerca.

¿Su nombre? Sí. Hoy es conocida como l'Alcúdia de Elche. Antes fue Ilici Augusta Colonia Iulia.